Es cierto que la creciente aparición de envases de procedencia vegetal alternativos al plástico para la fabricación de menaje y utensilios utilizados en el sector de restauración -especialmente para los servicios de delivery y take away- reduce el impacto medioambiental. Este tipo de envases, platos, pajitas, vasos, elaborados con materiales orgánicos, esencialmente con fibras vegetales como el bagazo de la caña de azúcar, la hoja de palma o el papel, son más ecológicos y naturales. Sin embargo, ¿hasta qué punto son la opción más saludable para los consumidores? ¿Los componentes de dichos materiales orgánicos son 100% inocuos?
Para que estos productos adquieran propiedades que les permitan cumplir su función y sean más resistentes o moldeables, es habitual recurrir a determinados aditivos, no tan naturales ni inocuos, a largo plazo.
En un reciente estudio se resolvieron estas y otras dudas a partir del análisis de 57 utensilios de un solo uso con tres tipos de fibras vegetales producidos en 4 países distintos (Dinamarca, Italia, Francia y España) y los resultados lo ponen de manifiesto.
En su composición se encontró una serie de sustancias tóxicas, algunas de ellas potencialmente cancerígenas; mientras otras contienen disruptores endocrinos que pueden ser perjudiciales.
Los componentes más alarmantes son las perfluoroalquiladas (PFAS), los cloropropanoles, el aluminio y las aminas aromáticas primarias en proporciones que exceden los valores de referencia establecidos por otros países, que coinciden con los propuestos por del Instituto Federal Alemán de Evaluación de Riesgos (BfR), una entidad especializada en seguridad alimentaria.
Se ha detectado estas sustancias en el 100% de los objetos hechos con bagazo de caña de azúcar y en el 45% de las pajitas de papel analizadas. También, aunque en cantidades inferiores al valor de referencia, en los envases de hoja de palma.
La presencia de esos compuestos en envases de uso alimentario no significa sin más que esas sustancias vayan a migrar. Los efectos tóxicos de estos compuestos se dan a partir de su acumulación en el organismo. Es decir, no nos intoxicamos por comer en un bol con cloropropanoles o usar pajitas de fibra con sustancias perfluoroalquiladas. El verdadero riesgo existe a largo plazo y cuando se suman las aportaciones de diversas fuentes de la dieta.
Si bien es necesaria una regularización, por el momento no hay una norma que fije unos límites en los envases en contacto con alimentos, salvo básicamente en el caso de los plásticos.
En ausencia de una legislación comunitaria específica, hay países que sí están trabajando en ello y también entidades especializadas en seguridad alimentaria como el Instituto Federal Alemán de Evaluación de Riesgos (BfR), cuyas recomendaciones sobre límites de referencia han sido utilizadas para valorar los resultados del estudio.
A partir de los resultados de su estudio, se solicita a las autoridades competentes que se desarrolle con urgencia una normativa común para todo tipo de materiales que vayan a estar en contacto con alimentos. A los fabricantes de estos envases, se recomienda dejar de lado alegaciones y reclamos “ecofriendly” que solo confunden a los usuarios, dando a entender por ejemplo que los residuos de estos productos se degradan rápidamente, cuando no es así (de hecho, algunas sustancias permanecen como contaminantes en el medio).
Y, por último, a los consumidores se aconseja reutilizar y evitar recurrir a los productos desechables que suponen un derroche de recursos y acaba generando residuos de forma rápida e innecesaria.